caras por casualidades o azares que no busco comprender
dibuja. deja moverse a capricho la lapicera.
garabatea mientras llama y se presenta. hola buenas tardes, mi nombre es nadia. la lapicera viene y va. sin sentido, como cada llamado, cada día, cada minuto. parecen impulsos, reacciones programadas, establecidas, rígidas, banales, efímeras, MUERTAS. no gracias. los dedos que se mueven inquietos ante la indiferencia, el rechazo-programado-asentido-pre-de-ci-ble-conocido, y el intento desesperado de explicar la existencia
SE AGOTA,
ahogándose en un tono muerto, que enfurece sus manos y aprieta la lapicera, allí donde antes sus dedos bailaban. y ese corte, abrupto salto
(stop!)
marca su hoja cruelmente, empezando por una arruga, otra, y otra, que luego es un bollo y el tacho de basura.
tras el otro lado, el tubo yace en la mansedumbre, en un cómplice reposo de quien ignora que tras las vibraciones telefónicas se esconde entrecortada (tal vez) y enajenada (probablemente) un alma. pero alma al fin, con vibraciones aún mas fuertes que las que reproduce aquel aparato plástico sobre la mesita de luz, o los parlantes de la pantalla que se devora las noches de silencio en la cabecera de la mesa, como invitada de honor y reina soberana.
y qué saben del otro lado de los garabatos que se juzgan mecánicos. qué saben del otro lado cuán rápido late su corazón, cuán fuerte se aprieta su puño o cuánto se resiste una lágrima de sus ojos a deslizarse por sus mejillas enrojecidas (¿de furia?).
el corte es suave, simple, redentor. y permite volver al reinado multicolor radiante, sublevación dulce de los sentidos y la crítica.
¿quién era?
nadie.
¡qué sarcasmo!, uno creería que escuchó su nombre, su carmesí nombre, y es una sutil diferencia vocal lo que crea un abismo irreconciliable e imposible de sortear. y allí termina, para quien fuera que ha decidido no responder a sus breves preguntas, su existencia; en cambio tan lineal y trascendente de este lado del tubo...
sin duda no saben que el papel es un fiel reflejo suyo, que los movimientos de sus dedos aún resisten la mecanización imperante, que un mínimo de libertad en sí conserva (y defiende a regañadientes) a pesar de la opresión alienante
-productividad.productividad.productividad-
sin duda ignoran que tras los trazos rojos, entre las caras que se dibujan por casualidades (azares que no busco comprender), está escrita la historia de cada día. sin duda nunca pensarán que alguien pueda leerlos y sentir el mismo odio-asco-indignación que yo siento, ante la indiferencia egoísta con que nos toca enfrentarnos cuando del otro lado oyen ring ring.
toma un nuevo papel.
dibuja. deja moverse a capricho la lapicera.
garabatea mientras llama y se presenta. hola buenas tardes, mi nombre es nadia. la lapicera viene y va. sin sentido, aunque en realidad, llena de él, a diferencia de todo lo demás.
