26 septiembre 2006

Con ojos de 4 años


"Si las puertas de la percepción fueran limpiadas, todo aparecería ante el hombre tal como es, infinito"
W. Blake

te miro. te miro y no podés ocultarlo. te miro con un ojo, dos, tres. te miro de fuera, luego dentro, de cotè y de frente. jaja, te miro de cotè y qué se yo cómo se escribe, pero no podés ocultarlo y te reís. tus labios me muestran tus dientes, tu mirada me esquiva entre avergonzada y cómplice. te reís. de todo. de nada. y qué se yo, esas cosas pasan. es el sol, esa flor plateada, la cámara de fotos, los nenes corriendo, el morbo, lo absurdo. y tu risa es todo. es miedo, llanto y coraje, rebeldía... amor... y esa locura, esa exentricidad, verdadera unicidad, que me hace reír y desear que me contagies de todo eso, que me empapes de vos. es querer ver (al menos por un segundo) como entra el mundo por tus ojos, escuchar desde tus oídos la caótica ciudad, sentir este estremecimiento desde las fibras más íntimas de tu piel, y amar mis labios con los tuyos. y mientras, se nos llenan las bocas de palabras viejas, usadas, gastadas, tri-lla-das. porque también es no temer ser cursi y negarnos a vestirnos de gris, porque aunque tantos grises digan que es lo mismo, sabemos que ser cursi y vestir de gris no lo es. y así dejamos desnuda nuestra ridiculez, dejamos que nos ridiculize, primero ante nosotros, luego ante ellos. y si total todo es ridículo, no seamos hipócritas que el día corre, nos corre y ya! ya no hay nada más, no hay muros, no hay ladrillos, no hay mosaicos. no hay. y al besarte, cuando te vas, ya lo entiendo. no hay tiempo, no hay lugar, no hay siquiera un momento. no hay cine, no hay museo de bellas artes, no hay serpientes en el avión ni tampoco pizzas recalentadas. no hay nada y nunca lo hubo, mas que tu beso, en esta despedida, y el abrazo eterno que me acompaña cada noche a mi cama, me tapa y me recuerda... que ya no sueño solo...

15 septiembre 2006

Patio Andaluz

Sabía que llegaría temprano, no soy de calcular bien el tiempo, pero ¿qué mas da?, había un banco y podía sentarme a leer mientras esperaba que llegase mi amigo, ese que quería no se qué de no se que cosa. Esas situaciones me incomodan, ¿qué querría él?, sus llamados fugaces me exasperan incluso más que el tono del teléfono, cuando suena y suena y no lo atendés, porque te estás bañando o escuchando esos discos que nunca me quisiste prestar. De todos modos ya estaba allí, así que tendría que esperar, y bien decidí retomar el libro de anoche.
Mis ojos recorrían vagamente los renglones, confundiendo el orden de las palabras, mezclando puntos. Con. comas, y, g-u-i-o-n-e-s., sin poder retener siquiera el nombre del mayordomo o si le había servido güisqui o alguna otra cosa. Las líneas se iban desdibujando lentamente y la tinta comenzó a escurrirse por entre las páginas, mojándome los pantalones, pintándolos de ese negro oscuro, tan sin sentido fuera del libro. Y sin preguntarme, sin advertirme siquiera te apareciste soberano, reclamando autoridad y tierras sobre mis rincones sueltos a la imaginación. ¡Qué descaro!, ¡Qué infame y traidor!, aprovechar de esos momentos frágiles para apropiarte de lo más propio mio.



Así te vi venir caminando, con un aire entre paseando y buscando... ¿Buscando qué?... no sé, no sé, ibas mirando alrededor tuyo como deteniéndote en cada pequeñez que te rodeaba que luego de que la hubieras visto desaparecía, y todo eso era tan natural como si nunca hubiera estado allí. Juraría que detenías el tiempo a tu paso, mientras yo te miraba (todavía de lejos) perdido en la histeria de los zapatos apurados, más histéricos y más apurados que ayer, que la semana anterior y la otra. Pero a medida que te acercabas el sonido se hacía más suave, y toda esa histeria parecía por un momento calma, calma absoluta que me dejó en silencio, penetrando en mi pecho.
Mirame, mirame, mirame...
Y ya no estabas lejos y ya no habían zapatos ni nada girando que me inquietara. Estabas entre mis brazos sonriendo (un poco con vergüenza, creo) y lo único que escuchaba era tu respiración, el aliento que se mezclaba en la espesura viscosa de nuestras bocas, nuestras lenguas inquietas. Mis dedos recorriendo tu cara, subían, bajaban, volvían a subir y no les importaban los murmullos ni aquel mosaico de lágrimas estallando en plena tarde, en pleno Patio Andaluz. Y se van, se van los fantasmas lejos, se van.

Sonreíste (no con vergüenza esta vez, pero cierta complicidad que sólo yo comprendería), te reíste y nos reímos los dos. Nos reímos de lo absurdo, de ese primaveral Patio Andaluz, de la gente que pasaba, de la gente que miraba, de tanta hipocresía, de tanta estupidez, de nosotros mismos. Nos reímos de nosotros mismos. Y esa carcajada que se había hecho multitudinaria (todo y todos reían en el cambalache en que ya nos habíamos embarrado), fue dejándome solo, sin que lo notara, encontrándome riendo ridículo en un banco, en una plaza, esperando a un amigo que quería no se qué de no sé que cosa, mientras los zapatos retomaban su ritmo de histeria colectiva y el reloj me recordaba que todavía era temprano y podría continuar con mi libro, que había recobrado ya sus palabras. O bien, podrías volver a aparecerte y reclamar ese rincón tan tuyo, para hacer de mi tiempo tu capricho.