25 enero 2006

Tiempo de Tregua

Tiempo de tregua. ¿Tregua con quién?. No lo sabía, pero así solía llamarlo. Él era de esos a los que le gusta mucho la introspección, la retrospección, la otrospección y todo lo que significara analizar constantemente cada hecho, cada sentimiento, cada respiro y cada mirada. Como buen abogado llevaba su balanza de justicia consigo a donde quiera que fuera. No entendía sin embargo que ciertas cosas no se pesan ni se someten a las leyes, esperando el fallo judicial que le indicara si una acción había sido correcta o no, y si merecía por lo tanto quedar libre o condenarse al ostracismo. Frecuentemente su alma vagaba en pena, lamentándose tantos crímenes que "había cometido", inducido por el motor de la ilusión, los sueños y las espectativas, que lo conducían sin seguro, ni siquiera de responsabilidad civil contra terceros, por las avenidas ajetreadas de la realidad, que más que alma parecía el fantasma de un pirata viejo, ahogado y traicionado por su tripulación.
Tregua consigo mismo, con sus sueños, sus deseos. Prefirió hacerlos a un lado, pactar un distanciamiento, negociar una vuelta lejana en un futuro remoto del cual esperaba no tener noticias, al menos hasta que el juicio terminara. Nadie lo había citado a declarar. Él solo decidió sentarse en el banco de acusados, esperando el interrogatorio. Su abogada, Tristeza, cabizbaja dejaba desmoronarse a su cliente. Del otro lado, Razón, comenzaba el interrogatorio, acusándolo de no ser prudente, de no poder esperar, de nunca haber detenido la maquinaria de su fantasía, de creer que podría tocar su sueño mejor, de desperdiciar su tiempo... Él aceptó la acusación, se admitió culpable.
Se había estrellado a mil por hora en un callejón si salida de la Realidad. Llevaba de acompañante a su Corazón. Él había sobrevivido, su Corazón no. Era un asesino según la LEY de Conciencia, ese Estado donde todo sucede. Asesino por no tomar precauciones. Todos sabían que estaba prohibido andar a mil por hora en el Barrio Sentimientos y sin tomar los recaudos impuestos.
Salió de la sala sin mirar a su alrededor, le apenaba la vista ajena. Le llenaba de verguenza saber que otros supieran que una vez más no amarró a su Corazón al asiento, que planeó el viaje a Felicidad sin saber si allí tenía una habitación disponible, que una vez más había soñado más rápido que vivido...
Y sin necesidad de ser conducido por los oficiales, a paso lento fue a su celda - Dolor - cerró su candado y tiró la llave por la alcantarilla. Se acostó en la cama y cerró los ojos. Unas tímidas Lágrimas se asomaron a su ventana, pero cansado incluso de ellas las espantó con fiereza. No pudo. Fueron más, muchas más. Invadieron su cuarto hasta casi ahogarlo, pero esta vez no se resistió. Creyó que era su oportunidad: Hundirse en ellas y terminar. Y sin esperarlo las parades de Dolor fueron desmoronándose con las Lágrimas, hasta estallar en mil pedazos y dejarlo a Él flotando como un pétalo de flor en una fuente. La corriente de ese mar lo condujo hasta las puertas de Consuelo, la embajada. Entró tímido, temeroso, incrédulo y escéptico. Había oído que muchos criminales se escondían allí, donde les daban un pasaporte para Segunda Oportunidad, pero el no quería ir a Segunda, sino volver a Primera. Abrió las enormes puertas con un gran esfuerzo que casi lo desgarra.
Y allí descubrió un mundo nuevo. Encontró esas caras que creyó tendrían verguenza de él, sonriéndole, diciéndole "Bienvenido". Se realizó de que ya nadie que conociera se encontraba en Conciencia, todos habían escapado. Nadie lo acusaba, nadie lo miraba mal. Allí no habían leyes que lo condenaran por soñar, que lo condenaran por amar...
Allí entendió que cuando los sentimientos nos conducen lo mejor es dejarlos tomar las riendas, que si se estrellan contra alguna pared es porque sólo se equivocaron de camino, y que si no los acusamos con la Razón algún día volveran a invadirnos con su magia, limpiarán el dolor y nos conducirán a la Felicidad...
Su Corazón lo esperaba con los brazos abiertos, a su lado, sus sueños, sus deseos, sus ilusiones y sus espectativas. La tregua había terminado...

De corazón deseo que vuelvas a soñar, que vuelvas a reír, que vuelvas a creer... Un abrazo a tu alma, que ya no sea un fantasma...

10 enero 2006

Oasis

¡Ay Aurelio!, mi alma está radiante de esperanza. Hoy volví a nacer, como nace un yuyo entre las piedras, perdido en un oasis de aquel desierto que creí la vida. Y tal vez de eso se trate Aurelio. De ir encontrando oasis que nos demuestren que la vida es más que arena y Sol, sufrimiento y dolor. Porque algún día seguiré caminando bajo el astro inmutable y llegaré a otro oasis, esta vez más grande. Y así continuaré, hasta hallar aquel cuyos límites se mezclen en el horizonte azul de mis días. Y no tendré que preocuparme más por la arena quemando mis pies, y si correré no será para evitar el ardor, sino para festejar la libertad, para irradiarlo todo con el encanto de sentirme verdaderamente vivo en aquel lugar...
Hoy Aurelio encontré un oasis. Hoy bebí agua fresca, agua que renovó mi cuerpo y mi alma, agua que le permitió a mis ojos llenarse de lágrimas, para poder llorar lo que siempre tuvieron que contener. Hoy volví a ver mi cara, reflejada en el agua, y hoy sonreí al encontrarme una vez más, al descubrir que aún estoy vivo y me queda sangre para seguir. Porque sé, Aurelio, que aquel día llegará, y que de aquel lugar ya nadie me sacará...

EnCuEnTrO

Se besaron tiernamente, pero con el fuego y la fuerza de un volcán, que apaciguado por años decidió un día despertar con toda su violencia. Sintieron dolor, pero no fue el beso, sino el tiempo que el miedo les arrebató.
Sus manos exploraron sus cuerpos, cada centímetro, cada lunar, cada pelo, y se encontraron con los mismos cuerpos con que a la noche soñaban entre el llanto y el deseo, bajo la sábana de lo imperceptible. Sus lenguas no respetaron ningún límite, y no se detuvieron hasta hallarlos mojados en la misma sustancia. Se deseaban y dejaban su vida en cada suspiro, en cada gemido, tragando su aliento a bocanadas sin permitirle mezclarse con el espeso aire que los abrazaba, con la desesperación de no querer dejar escapar sus almas, para poder poseerse por siempre, burlado al tiempo y la distancia.
Una tormenta monzónica recorrió la improvisada cama, dejándolos desnudos, enredados en un caos de almohadones, agotando sus fuerzas contenidas, adiestrando la fiereza que corría por sus venas, convirtiéndolos en dos figuras blandas y suaves, tiernas como dos pimpollos retozando al sol. Un tenue haz de Luna se coló por entre las rendijas de la persiana, rociando sus cuerpos con la frescura de la madrugada, iluminando la sonrisa de sus rostros, resaltando sus curvas, pintándolos como si fueran un cuadro apacible de un museo olvidado, retratándolos jóvenes por la eternidad, como dioses griegos en su Olimpo.
Y mirándose, penetrando en la profundidad del silencio de sus almas, anhelando detener el tiempo en aquel cuadro, fueron dejando caer sus párpados al día naciente, descansando en el lecho prohibido del acto inmoral de buscar el amor por el lado equivocado. Pero sus caras, incongruentes con ello radiaban tranquilidad y alegría. Equivocado o no estaban seguros que lo que habían encontrado era amor. Y aquello los mantenía vivos...

Ovillo

Siento que la vida se me escapa en un hilo
con cada respiro, con cada suspiro.
Enredándose en un ovillo interminable
lleno de nudos y cabos sueltos,
de distintos colores y texturas.
Cada hilo se amarra firmemente
se ubica a su antojo, se mezcla y cofunde.
Y el ovillo rueda por callejuelas eternas,
se adosan hilos ajenos, prestados y compartidos
algunos se separan y a veces vuelven,
otros perduran por siempre.
Y con el tiempo muchos hilos se cubren,
se pierden y olvidan.
Algunos nudos se desatan,
los colores se desgastan,
y muchos cabos sueltos se esconden pero están,
aplastados por una bola que no deja de rodar.
A veces creo poder sostener ese ovillo,
tenerlo en mis manos, contemplarlo,
hacer ciertos nudos que deseo
y desatar otros que hubiera preferido nunca tener,
buscarle su razón a los cabos solitarios
y poder teñirlo de un color que iluminara al pasar.
Luego abro los ojos y descubro la ilusión,
el ovillo no se ha de detener,
y lo que se enredó queda para siempre en él.
Hasta que llegue el día que se encuentre sólo,
se acabe la lana y nadie pueda prestarle más.
Sólo allí se detendrá,
y así tal vez podré desenredar mi vida,
conocer sus misterios,
el engaño de la razón y la memoria.
Y contemplarla como en verdad fue,
entender el comienzo de cada hilo,
el por qué de su color, el por qué de sus nudos,
atar en mi corazón los cabos perdidos
y luego rearmar el ovillo tal como fue,
para poder al fin caminar en paz,
con él entre mis manos...