30 agosto 2006

En la próxima estación

Esperando que llegue el momento
en el cual me dijeses aquellas palabras que nunca prometiste decir,
desarmándose majestuosamente sobre el aire,
TU aliento,
la construcción de aquel castillo de naipes
del cual me creí príncipe y rey,
enfrentando la realidad de
SER
siervo siempre de la misma maquinaria
que me conduce al vacío de los minutos después de la espera,
que no llega y desespera.
Creyendo ver lo que nunca quisiste mostrar,
sin entender si quiera como fue que sucedió,
por qué no (por qué mierda no?!),
la salida está por allá,
y tu dedo señala sonriente al tren que escucho llegar.
Compasivo, en tu mano, el boleto que me mira piadoso.
Un viaje de ida, vuelta para qué?.
Lo tomo y toco tu mano.
Toco tu mano por un instante ínfimo, un instante que se expande
y ME expande.
Y lejos nuestro se escucha el tren,
el caos de la estación,
el viento huracanado de la prisa que todo lo vuela
y REvuela,
papelitos en el aire,
pasos de reloj,
simetría ra-cio-nal.
Mi mano en tu mano y el boleto que se humedece,
por el vapor, la transpiración, las lágrimas...
las lágrimas...
y el boleto que se humedece aún más
y se desarma en mi puño, esperando...
esperando que no termine el viaje,

que no me exijan el boleto en la próxima estación...

21 agosto 2006

(...)

Podría escribir cualquier cosa esta noche, ¿o debiera decir día? (no... el sol sigue oculto aún).
Podría deslizarme por los toboganes eternos de la melancolía, espiralados-cuesta-abajo, hacia una caída irremediablemente abrupta. Es increíble la velocidad que uno puede tomar en estas situaciones, y entonces todo lo que se ve son sólo líneas rectas, que se retuercen (que me retuercen), que dan vueltas (y me marean), empañadas por las lágrimas que me provoca este viento frío en mis ojos, o la pantalla del monitor (mucho más fría e irritante aún).
Podría empaparme en el inmenso mar de ensueños y delirios al que me conduce este sin-posibilidad-mínima-de-retorno camino para ahogarme en su deliciosa retahíla, un cúmulo de voces incesantes y estridentes... y ¿por qué no? si todos los ríos desembocan en el mar sin importarle si tu sangre es azul o roja, si tus labios han sido besados o no, o si tu piel transpiró alguna vez amor o simplemente se erizó con la brisa de la madrugada.
Podría hacer cualquier cosa en este momento, sin que me importe lo más mínimo, completamente despojado de culpas, reproches, estructuras, SUPERestructuras. Podría ser hipócrita sin serlo, y dejarme seducir por el humo que se menea ante mi rostro absorto, en una engañosa y sensual complicidad, invadiendo toda mi habitación, derramándose por los bordes del escritorio y salpicando todo el piso, arrastrandome por sus siniestros laberintos que (se) no me conducirán más que al mismo lugar de donde partí (pero invadido al llegar, por una sensación de extraña monotonía, y sublime coincidencia). Una pitada (y respiro) y otra... ¿y qué quedó de la histeria del mal aliento, el cáncer y los dientes amarillos?... sólo el vago recuerdo de una rebeldía sin sentido (de no admisión). Yo no fumo, gracias. Sólo me divierto con el humo, me gusta verlo salir de mi boca, tan libre y fugaz (como las palabras que nunca me atreví a decirte)... y además... ¿qué es un cigarrillo?. ¡Nada!. Esto no es fumar como tampoco escribir. Si alguien coherente escribiera empezaría con algo como "toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola..." y eso, ja, eso sí que es escribir. Pero esto, esto es ejercitar la lapicera nomás, como para no perder la costumbre ¿viste?. La costumbre de arrogarme el rótulo de artista creyendo que basta para eso unir esteticamente palabras con puntos, comas y guiones, y sentir una patética compasión por la metáfora de ver a mi cigarrillo consumiendose en el olvido...
Pobre... esperar tanto meses encerrado en un cajón, escondido con recelo, cubierto por hojas y hojas que no dicen nada, resguardado en cajitas camufladas, hermeticamente cerradas, como si se tratara un pecado mortífero y vergonzoso, del que soy hacedor, mereciendo ser devorado por la culpa durante las noches, justo cuando sólo tengo mis sábanas para protegerme. Y todo esto para disfrutar de él dos pitadas cobardes y efímeras, dejándolo consumirse por el tiempo en tortuosa agonía, sin volver a tocarlo, sin volver a besarlo, mirándolo apagarse como se apagan los sueños (mis sueños) de los que me despojo. ¿Y qué hacer en estos casos?. Lo que el tiempo consume ni el amor devuelve, todo se va con el humo que se eleva, se esfuma y se pierde.
Y ya no queda nada, sólo el filtro en el cenicero y yo al comienzo del laberinto, sin haber avanzado un paso. Tiro el filtro al tacho, con otros filtros, con otros sueños, que se desvanecieron de igual modo. Desapareció. Así nomás. Ya no está, che. ¿Cómo pretendés no encontrarme más que escéptico ante esto? Si vivir se trata de observar como todo, todo se desvanecese en el aire.
Y sí, tendré que comprar otro atado de cigarrillos para seguirte el juego. Y sí, podría hacer cualquier cosa esta noche, pero ya es de día...